¿Qué hice yo?
― ¿Qué hice yo para merecer esto? ―Me pregunto entre suspiros mientras siento sin ánimos sobre
mi rostro el ardor del alba de un nuevo día, la desdicha del atardecer, y la melancolía
de la noche, en la cual camino sin rumbo alguno sosteniendo una botella de algún
licor barato que un desventurado como yo me entrego, poco a poco avanzo hacia
una tímida luz en un farol olvidado, y miro fijamente aquella enclenque
botella, puedo ver entre risas de ironía que la botella no tiene etiqueta
alguna, y me vuelvo a preguntar mientras la bebo sin vacilar
― ¿Qué hice yo para merecer esto?
Arrojo la botella lleno de ira, pues
esta no me ha ayudado, ya que ella no sale de mis ojos, no parte de mi mente,
no arranca de mi corazón, solo se queda allí, cómoda en mi dolor, la siento aun
con pesar danzar sobre mí, su cuerpo de tono perfecto iluminaba incluso el rincón
más oscuro de mi alma, solo ella podía extirpar sonrisas de mi vaga presencia
en esta vida, solo ella podía ayudarme a saber lo que era amar, solo ella me
daba motivos para caminar entre los tumultos sobrio y sin reclamar, ella era el
único elixir que necesitaba para descansar, junto a ella el alcohol ya no era
una opción, ella era quien me embriagaba, ¡y quien me hacía sentir el verdadero
amor!
―¡Maldita
sea! ―Grito con desesperación ―¡Estúpido
de mí! ―Grito una vez
más, pero esta vez lleno de resignación, ¡Ella era todo lo que necesitaba! y
aun así… sucumbí a la tentación, era inevitable que ella lo supiera, como ninguna
otra en mi vida, ella podía leerme como si tuviera en mi rostro una guía, jamás
supe como lo hacía, jamás me lo cuestione, era su secreto, y hasta allí dure…
ella lo supo, tomo sus cosas y se marchó, no vi lágrimas en sus ojos, pero
escuche sus gritos de frustración, ella lo sabía todo, y yo no lo negué, no tenía
sentido, ya era tarde y no había nada que hacer, ahora me arrepiento, y no sé qué
hacer, el licor ya no me embriaga y la muerte me es esquiva, aunque me desnude
y me arroje al mar, este me devuelve, como si quisiera que yo sufriera sin
piedad, ni siquiera me enfermo, como si ya estuviera muerto, pero triste, sé
que tal no es mi fortuna, sigo vivo, aquí sufriendo y preguntandome como un
tonto lleno de cinismo…
― ¿Qué hice yo para merecer esto?
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